Ser ateo es estar en el extremo opuesto de la creencia en Dios.
Ser agnóstico es declarar que no se sabe si Dios existe o no, pero en cualquier caso no es del interés saberlo.
Así que si el día de mañana aparece Dios y dice; Ven, aquí estoy; los ateos quedarían en un feo pie forzado y tendrían que retractarse, mientras que los agnósticos dirían; Y a mi qué, no me interesa.
Bueno, gracias a Dios yo no soy ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario.