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ste apocalíptico título tiene que ver más con una
observación actual que con una posición filosófica, aunque es cierto que hay
muchos pensadores y filósofos actuales que más o menos nos advierten de lo
mismo con otras palabras.
Desde el “Estallido Social” en Chile, el poder político ha
venido cayendo en una espiral y la gente se ha fascinado con esta idea al punto
de querer aniquilar por completo las estructuras tradicionales (fenómeno, que
dicho sea de paso, pareciera ser también de carácter mundial), pero sin una
alternativa o propuesta intelectual viable, lo que lo convierte en un puro
berrinche. Un berrinche que está resultando muy efectivo por lo demás y logrando
su propósito nihilista.
Los jóvenes, pero no sólo ellos, están empecinados con ideas
de cambio, y están dispuestos a votar por cualquiera que parezca “ofrecer” ese
cambio. El problema es que los paladines del cambio son carentes de ideas,
carentes de proyectos, carentes de competencias y conocimientos que realmente
permitan hacer un cambio para bien, son casi unos influencers vacíos.
La gente sin conocimientos, sin ideas concretas ni
proyectos, carecen de VISIÓN y sin ello no es posible liderar ni menos
administrar. Lo que queda es una improvisación continua, que con bastante
suerte puede producir algunas cosas buenas, pero que al proyectarla en el largo
plazo indudablemente conduce al fracaso.
En este escenario, la democracia en impracticable y podemos predecir
su muerte, porque favorece el posicionamiento de estos incompetentes en el
poder y eso terminará mal.
Pero hay una realidad que es mucho más triste aún. Al
observar los últimos 30 años, no parece que los resultados hayan sido tan
sobresalientes como para venir a defender a la elite política. Y quizás sea esta
impresión la que avala el cambio, es decir si los que estaban “a cargo”
resultaron ser tan incompetentes como cualquiera, entonces que nos gobierne
cualquiera, total las cosas no podrían empeorar y quizás sí mejorar.
El problema es que esta es una pobre idea, y una gran falacia,
las posibilidades de que las cosas puedan mejorar de esta manera tienden a
cero, y lo más probable es que sí empeoren a corto plazo, a niveles que no
podemos ni imaginar.
Nuestro futuro está en manos de jóvenes desencantados que deben
recapacitar. Bien que voten por rostros nuevos, pero que sea gente competente,
con conocimientos pues, con ideas, con proyectos, con una VISION realista y no
con puras fantasías nacidas del melodrama, o viviremos en el cadáver de la
democracia y eso sólo atraerá a los buitres del despotismo.
Sibarel